Un estudio muestra que tener una pareja con hipertensión incrementa el riesgo de sufrirla también, como sucede con la depresión y la ansiedad o las úlceras. El tratamiento conjunto ayudaría a combatirlas.
Especial.- Cuenta el investigador de la memoria Fabricio Ballarini que quienes viven en pareja acaban utilizando el cerebro del otro para guardar parte de sus recuerdos y que cuando desaparece esa persona también lo hace parte de la otra mitad. Esta fusión parcial de las personas que conviven durante décadas, además de afectar a las memorias o las costumbres, tiene efectos en los cuerpos. Recientemente, la revista de la Asociación Estadounidense del Corazón publicaba un estudio en el que se recogían datos de más de 30.000 parejas en todo el mundo que concluía que entre el 20 y el 50% de las parejas compartían hipertensión.
En estas parejas heterosexuales, que de media tenían entre 50 y 75 años, la hipertensión afectaba tanto al hombre como a la mujer en el 37,9% de los casos en EE UU, el 47,1% en Inglaterra, el 20,8% en China y el 19,8% en India. La influencia en la salud de la esposa era mayor en los países donde la hipertensión es menos frecuente. Comparado con las mujeres casadas con hombres con una presión sanguínea saludable, las estadounidenses y las inglesas que convivían con un hipertenso tenían un 9% más de probabilidades de tener hipertensión; las indias, un 19% más; y las chinas, un 26%. Los porcentajes en cada país eran similares en el caso de los esposos.
Los autores afirman que sus resultados muestran que las intervenciones en pareja pueden ser útiles contra la hipertensión, tanto en las pruebas para detectarla como en la aplicación de los cambios de estilo de vida que ayudan a reducirla, incrementando la actividad física, reduciendo el estrés o a través de la dieta. Todos estos cambios son más difíciles de introducir y mantener si las personas que conviven no los adoptan a la vez.
La hipertensión no es la única dolencia que suelen compartir las parejas. En un trabajo realizado por las universidades de Tohoku (Japón) y Groninga (Países Bajos), en el que se emplearon datos de más 5.000 parejas japonesas y más de 28.000 neerlandesas, se vio que es frecuente que las parejas tengan una presión sanguínea similar o los mismos niveles de colesterol y también compartían enfermedades como la diabetes. En otro estudio, publicado en el BMJ, se observó que los compañeros de personas con determinadas enfermedades no contagiosas tenían un riesgo mayor de sufrirlas. Para asma, depresión y úlcera gástrica, el riesgo crecía, al menos, un 70%.
Un ‘match’ en hábitos y hasta en genética.
Todo esto sucede, por un lado, porque las parejas comparten hábitos como la práctica de ejercicio o el consumo de alcohol o tabaco, y tienen un índice de masa corporal o un perímetro abdominal parecido. Pero además, las personas se suelen emparejar con personas que son similares a ellos, fundamentalmente en aspectos como el nivel educativo o económico y el entorno social, pero también desde el punto de vista genético. Un estudio publicado en PNAS en 2013 detectó que las parejas tienen una mayor similitud genética que dos personas elegidas al azar, aunque el efecto de esta concordancia solo alcanza, como mucho, un tercio de la que tienen en cuanto el nivel educativo. Aunque no se entienden bien los mecanismos que llevan a esa selección de una pareja similar, parece que la familiaridad de los que se parecen a nosotros resulta atractiva, y eso puede explicar, en parte, que cuando dos personas conviven durante mucho tiempo acaben unidas en la salud y la enfermedad.
Con el tiempo, a la sincronización física se une el acompasamiento psicológico que refuerza la influencia en la salud del compañero. Un estudio liderado por Shannon Mejía, una especialista en salud de pareja de la Universidad de Illinois (EE UU), concluyó que las creencias sobre el envejecimiento se contagian y tienen efectos sobre la salud del conviviente. La percepción negativa sobre la posibilidad de mantener una vida activa se puede convertir en una profecía autocumplida si se deja de hacer deporte porque se cree que es demasiado mayor, y lo mismo sucede con la creencia en que el envejecimiento es algo inevitable sobre lo que no se puede actuar. Para Mejía, “el conocimiento de las parejas, incluidas sus normas, rituales y creencias [construidas a lo largo de décadas de convivencia] pueden ayudar a los gerontólogos en su apoyo a un envejecimiento conjunto exitoso de las parejas”.