El alcalde 1º les preguntó a los carpinteros sobre el modo, que en su opinión, les parecía que hubiesen tumbado la puerta; examinaron y contestaron que con una barra, pues así lo indicaban las señales de medio círculo que quedaron en los puntos del muro en que hicieron fuerza para derribarla.
En Reynosa casi empezaba el alba del día 8 de diciembre de 1851, cuando una de las criadas de la casa de don Juan Chapa Guerra, se presentó en la vivienda del maestro albañil Juan Ríos; traía un recado de parte de la esposa de don Juan, pidiéndole que ocurriese a hacer una reparación en su casa. El maestro de 26 años de edad, originario del Pueblo del Venado, San Luis Potosí, le contestó que sí y que pronto pasaría con su hermano a realizar el trabajo.
Luego que era ya de día, la misma criada volvió con el mismo recado; fue entonces que los hermanos Ríos se encauzaron para dicha vivienda. Dentro de esta historia se sabe que el otro hermano, llamado Gerónimo, ya era finado para el mes de mayo del año entrante de 1852.
Estando los albañiles en la casa del que era en ese entonces el 4º regidor del ayuntamiento de la villa de Reynosa, Juan José Chapa Guerra, llegó el alcalde 1º en turno, don Isidro Ballí, el secretario don Cristóbal Leal y el portero del juzgado Francisco Treviño. El personal del juzgado se encontraba en la vivienda, debido a que venían a averiguar un robo sucedido durante la noche del domingo 7 diciembre de 1851. El dueño de la casa no se encontraba en Reynosa en ese momento.
El alcalde 1º les preguntó a los carpinteros sobre el modo, que en su opinión, les parecía que hubiesen tumbado la puerta; examinaron y contestaron que con una barra, pues así lo indicaban las señales de medio círculo que quedaron en los puntos del muro en que hicieron fuerza para derribarla. Sirviendo como peritos, los dos hermanos albañiles dieron fe que una puerta hecha de una sola hoja, había sido sacada con todo y marco de los umbrales de la pared del cuarto al que pertenecía.
SITUACIÓN EN FRONTERA.
Según el expediente en la Sección de Causas Criminales del Archivo Municipal de Reynosa, este robo como otro de esa época, estaban ligados a movimientos revolucionarios. Entre 1851 y 1853, los vecinos de la villa de Reynosa se vieron involucrados en acciones violentas, relacionadas con las convulsiones del filibusterismo que afectaban la frontera tamaulipeca.
En septiembre de 1851, debido a los altos aranceles implantados por el gobierno centralista, el reclamo fronterizo no se hizo esperar a través del famoso Plan del Campo de La Loba, liderado por José María de Jesús Carvajal. La proclama fue presentada en una ranchería cerca del antiguo pueblo de Guerrero, Tamaulipas.
Dentro de los 12 artículos del Plan, las demandas populares pedían el retiro del ejército federal, una reducción en los impuestos aduanales, anulación a la prohibición del intercambio comercial y sobre todo, la eliminación de las grandes multas por contrabando. Demandaban también que se permitieran ciertos productos libres de aranceles. En el artículo 8º, se pedía el establecimiento de la aduana en la villa de Reynosa, comprometiendo a sus habitantes a apoyar la causa.
El pronunciamiento originalmente fue aplaudido por la población a lo largo del río Bravo, pero rápidamente se entendió que el apoyo financiero provenía de contrabandistas, hacendados y comerciantes en ambos lados del río.
Entre los comerciantes que apoyaban la causa, se encontraba el fundador de Brownsville, Charles Stillman, quien años después sería uno de los hombres más acaudalados del continente. El pequeño “Ejército Libertador de las Villas del Norte,” como se conoció al grupo de Carvajal, estuvo compuesto originalmente por 400 norteamericanos y 300 mexicanos. El grupo de americanos lo conformaban filibusteros, mercenarios y “ex rangers”, mejor conocidos como los “rinches” de Texas.
Carvajal se apoderó fácilmente de Camargo, donde se le unieron simpatizantes de Mier y Guerrero. El grupo reforzado con otros grupos de americanos, que fueron llegando a Camargo, marchó sobre Reynosa, entrando sin ninguna resistencia el 6 de octubre de 1851.
El Ejército Libertador, que ya sumaba más 1,000 hombres, fracasaría en capturar la plaza de Matamoros, después de un cerco que duró diez días. La memorable defensa por los centralistas comandados por el general Francisco Ávalos, originaría posteriormente el decreto donde se nombró a dicha ciudad de Matamoros como leal, invicta y heroica.
El 25 de marzo de 1853, después de que el ejército de Carvajal quedara a la deriva, una partida de 50 filibusteros, americanos y mexicanos, comandados por el mayor Alfred Howell Norton, juez de paz del condado Davis (actualmente el condado Starr), tomó por sorpresa al pequeño poblado de Reynosa. El grupo cruzó el río Bravo por Las Habitaciones de San Luis, que se conoció después como Edinburg y actualmente como Hidalgo, Texas. Este poblado era la cabecera del condado de Hidalgo, Texas. Entre todo tipo de pertenencias de los reynosenses, los filibusteros lograron un botín con un valor de $6,371 pesos.
Esta era la situación que vivían los vecinos de Reynosa, cuando sucedió el robo en la casa de Juan José Chapa Guerra, ese diciembre de 1851. Don Juan José Chapa Guerra no puso la denuncia del robo hasta el 18 de mayo del año siguiente de 1852. Aunque se levantaron pesquisas ese diciembre, fue el regidor decano y alcalde 3º, Juan Antonio Cavazos, quien abrió formalmente las averiguaciones de este caso en mayo. Para entonces el Sr. Chapa, fungía como alcalde 1º constitucional en el ayuntamiento de Reynosa.
EL ROBO.
Entre el 18 y el 28 de mayo de 1852, se presentaron a cuatro testigos ante el Juez Juan Antonio Cavazos y después ante don Severiano Medrano, quien sustituyó al primero. Declararon en esa ocasión: el ex alcalde 1º, don Isidro Ballí; el ex portero del juzgado, Francisco Treviño; el inculpado, Obispo Andrade y el maestro albañil, Juan Ríos.
La noche del domingo 7 de diciembre, los ladrones habían sacado del almacén de la casa del Sr. Chapa las siguientes pertenencias: 20 fanegas de maíz (1816.2 litros); tres tercios de azúcar; el equivalente a $30.00 pesos de queso de tuna; seis arrobas (69.03 kg) de orejón (fruta deshidratada) de membrillo; dos arrobas de orejón de durazno (23.01 kg); dos millares de nueces de Castilla; dos “pangles” (racimos) de plátanos y diferentes tipos de suelas para zapatos.
El día 8 de diciembre de 1851, mientras los albañiles se quedaron a reparar la puerta del almacén, el personal del juzgado siguió el rastro por donde se habían llevado lo hurtado; observaron que por detrás de la cochera de la casa habían aventado los “tercios” sobre la “tapia”, quedando la mercancía en la calle. Esa mañana, los investigadores siguieron a pie el posible rastro de los ladrones, hasta que pararon frente al jacal abandonado de don Antonio Treviño. Ahí notaron los rastros de dos bestias mulares y una bestia caballar.
Esa mañana, también se supo en el taller del maestro Marcelino Corona, tal vez de éste o de uno de sus empleados, que durante la noche del 7 de diciembre se habían visto pasar dos o tres veces, a tres hombres; dos de ellos cargados con bultos y a uno más, que les cuidaba la retaguardia.
Según las declaraciones del personal del juzgado, en la tarde del día 8, habían salido de paseo, tres señoras de la familia del Sr. Chapa rumbo hacia el sur de la villa. Ya en extramuros, observaron un pedazo de lazo cortado cerca de en un jacal viejo y abandonado, por lo que entraron a revisarlo. Adentro, levantaron un pedazo de zacate que se había caído del techo; debajo encontraron un costal de orejón de membrillo y de durazno, además de medio costal con nueces de Castilla. Este era el jacal abandonado de Antonio Treviño.
Las señoras citaron en dicho jacal, al juez Isidro Ballí, para que en el acto diera fe del hallazgo de los costales. Por tal motivo, Ballí, junto con Francisco Cisneros y don Amado Cavazos, se vieron en la necesidad de catear la casa vecina al jacal, que pertenecía al Sr. Obispo Andrade y donde no encontraron indicios de lo robado. En el momento que salían de la propiedad, llegó el Sr. Andrade cabalgando en su caballo, con un bulto delante de él cubierto con una frazada.
Cuando se le interrogó, les dijo que venía de su labor y que traía unos elotes y calabazas para su familia. En eso el alcalde, le levantó la frazada que cubría el costal y vio un animal muerto sin cabeza ni piel. Le dijo que presentara dicha pieza; Obispo Andrade explicó que los vegetales se le habían quedado en la labor. Lo dejó pasar a su jacal, pero regresó algo molesto reconviniendo a don Isidro por haberle cateado su casa. Por ese reclamo, el juez lo mandó a la cárcel con el portero, ese diciembre de 1851.
En la cárcel estaban también bajo sospechas: Francisco Garza, alias el Comanche e Ignacio Rodríguez, alias el Cabezón. Estos dos y Andrade, huyeron de la cárcel al poco tiempo, favorecidos por las circunstancias revolucionarias que prevalecían en ese entonces. Obispo Andrade, originario del Valle de la Purísima en Nuevo León, se encontraba detenido, cuando fue interrogado el 26 de mayo de 1852. Declaró que no sabía nada del robo y no recordaba de lo que estuvo haciendo la noche del 7 de diciembre del año anterior.
El ex portero Francisco Treviño se acordaba que el día 9 de diciembre, en unión de Facundo Gómez y don Ramón Garza, habían seguido la huella de los ladrones hasta el Alto de la labor de Pedro Garza, en donde ya no les fue posible percibir rastro o vestigio alguno, por lo tarde de ese día del invierno de 1851.