Craso error es suponerse exento de errores. Tan grande es como creerse “dios” en el suspiro de una vida cuya extensión y rumbo desconoce quien la vive.
Pienso que el hombre que se asume perfecto es aquel capaz hasta de engañar a sí mismo. A mayor perfección aducida, menor confianza alcanzada.
Libres de errores apenas algunos políticos, tanto como ausentes de credibilidad.
A propósito de ellos y la fantasía de la perfección, recuerdo el hecho que hace unos 45 años estuvo detrás del encabezado de una nota periodística firmada por mí, referente al hallazgo de los restos fósiles de un mamut y de un dientes de sable.
“Esperan órdenes de AMD (Alfonso Martínez Domínguez, gobernador de Nuevo León en el periodo 1979-1985) para salir a la historia”, fue el título de la nota originado por la posición de quien fungía como alcalde en el municipio rural donde tuvo lugar el descubrimiento.
Eran tiempos en los cuales los gobiernos y el Estado mexicano ejercían el poder con la fuerza y sin miramientos, si lo consideraban necesario para mantener el control de sus territorios o imponer su voluntad.
En ese entorno arribé al agreste sitio de la localización, donde no sólo presencié cómo los colmillos de los seres prehistóricos salían de un talud, sino también padecí los esfuerzos del presidente municipal de Mina para evitar que cubriera la nota, argumentando que se debía aguardar la orden del jefe del Ejecutivo para que se conociera el resultado de las excavaciones.
Ya fuera por mi juventud, sentido periodístico, mala educación o simplemente por creer superior mi fuerza a la del guardián de la historia, asumí una actitud agresiva que me llevó a hacer a un lado a la autoridad, tomar datos y fotografías y regresar a la redacción sin pedir permiso a nadie.
Esa noche mi posible conciencia me dijo que había cubierto la nota, pero que, además, había aprovechado mi condición personal y laboral para faltar el respeto a un hombre que pretendía cumplir con lo que creía era su deber y carecía de las oportunidades que injustamente yo gozaba.
¿Hay algo que provoque más miedo que acercarse a la verdad? Sí, el terror de verla cuando se hurga la conciencia. Puedo temer el encuentro de una sociedad, un gobierno o un sistema distinto al que concebí en mi ilusión juvenil, pero ¿qué hacer ante la angustia por el derrumbe de mi orgullo cuando me descubro equivocado?
En la mañana siguiente acudí al edificio de la presidencia municipal para pedir disculpas al alcalde y llevarle un pequeño obsequio. Los fósiles exhibidos hoy en el museo de Mina me recuerdan un poder en extremo controlador, pero, sobre todo, que duele equivocarse, pero más no reconocerlo.
Debería entonces agradecer que no son de mi autoría las expresiones “el país más democrático del mundo”, “un sistema de salud mejor que el de Dinamarca” o “seguimos avanzando en seguridad”, pues viviría en un continuo grito de dolor.