En la Serie de Justicia del Fondo Colonial del Archivo Municipal de Reynosa encontramos varios documentos fechados desde finales del siglo XVIII, que tratan los trastornos que causaba la matanza de animales mostrencos, o ganado salvaje
Desde el 8 de diciembre de 1804, los hermanos Francisco Ignacio, Julián y Alejandro Farías, de la villa de Camargo, dieron el poder a don José Ignacio Alustiza, vecino y del comercio de San Luis Potosí para que, a su nombre los representara en aquella intendencia, en el denuncio y composición de doce sitios de tierra (más de 21,000 hectáreas) realengas, en el paraje nombrado “San Ramón”, por el lado norte del río Bravo o Grande. Aparentemente, los Farías tenían ya algunos años utilizando esas tierras.
Por el lado poniente, resultaron vecinos del extenso agostadero Santa Anita de don Manuel Gómez, quien había denunciado las tierras desde 1792. Él fue el segundo esposo de Gregoria Ballí, hija de Juan Antonio y hermana de José Francisco del mismo apellido. Este último fue quien trasladó la villa de Reynosa, a las Lomas de San Antonio en 1802. Las tierras en Santa Anita, las heredarían Antonio y Estanislao Domínguez Ballí, hijos del primer matrimonio de Gregoria. Su nieta Salomé Ballí Domínguez, se casaría en segundas nupcias con John McAllen, a mediados del siglo XIX. Es de este personaje de donde proviene el nombre de la ciudad vecina, en Texas.
Los hermanos Farías.
En 1807, José Julián Farías presentó ante el teniente y justicia mayor de la villa de Reynosa, Juan Nepomuceno Cantú, una queja de parte suya y de sus hermanos, sobre los daños que le estaban causando al ganado del rancho San Ramón, por individuos del rancho Santa Anita de doña Gregoria Ballí. Julián explicaba que, él y sus hermanos estaban establecidos en San Ramón desde hacía seis o siete años, con bienes de campo y ganado.
Su rancho se encontraba a más de cuatro leguas (16.76 km) de distancia del rancho de doña Gregoria. Las tierras de San Ramón y Santa Anita se encuentran actualmente en la parte norponiente del Condado de Hidalgo Texas.
Desde el mes de abril de 1807, Julián decía que estaban recibiendo graves perjuicios en el ganado vacuno, esto debido a que las reses de doña Gregoria se repasaban de un rato a otro. Los mozos de servicio de Santa Anita, a veces acompañados por don Estanislao Domínguez, hacían carneadas o matanzas de bovinos. Esto sin presentar la atención, pactar, consentimiento o pedimento de la venia.
Los Farías habían tratado de disuadir a don Estanislao y considerar que se hicieran las carneadas con el respeto mutuo, evitando una riña o desavenencias. Explicaban que conocían que doña Gregoria contaba con un pequeño número de reses.
Julián Farías le suplicó al justicia mayor de Reynosa, para que hiciera comparecer a Julián Cantú y a sus dos hijos, José Andrés y Faustino, los cuales llevaban el alias de los “alemanes”, para que declararan bajo religión, el número de reses que tenía doña Gregoria y cuántas habían sido sacrificadas. Ellos eran trabajadores del rancho Santa Anita.
Solicitaba que, en un futuro se hiciera una junta de ganado, para que se sacaran las reses con los fierros y señales de doña Gregoria y sus hijos. Además, que se les pagasen las cabezas muertas y que se contuviera al referido Estanislao Domínguez, para que no hiciese daños a terceros. Le pedía al justicia de Reynosa que se acreditara la verdad y se corrigieran los agravios referidos.
Declaraciones de los “alemanes”.
Entre el 24 de julio y 20 de agosto de 1807, el justicia mayor Juan Nepomuceno Cantú, les tomó las declaraciones a los trabajadores del rancho Santa Anita en la villa de Reynosa. Julián Cantú, como de 50 años de edad expresó que, en el tiempo que había estado al servicio de doña Gregoria, reconoce que los señores Farías habían introducido en el rancho San Ramón 300 reses y demás bienes de campo. Expuso que en el ganado vacuno de doña Gregoria, no se llegó a contabilizar más de 80 cabezas, entre chicos y grandes.
De las reses que habían llevado al rancho de Santa Anita, con el pretexto que eran de las del monte, Julián Cantú expresó que fueron dos muertas y una viva. A esta última, le faltaba una oreja y la habían traído mancornada para herrarla y señalarla.
También supo que vino al rancho don Alejandro Farías, a preguntar sobre dónde habían adquirido la carne, explicándole que era del monte, dando las señas de dicha vaca. Cuando les preguntaron a sus dos hijos, estos mencionaron que habían ido a traerla, bajo el mando de Estanislao Domínguez. Antes que estuviera en servicio, supo de oídas que, un peón había matado una vaca en beneficio de la casa de doña Gregoria.
Un caballo y un potro, ambos capones y mansos, aparecieron y fueron tomados en el mismo rancho Santa Anita, donde después murieron. Julián explicó que, una potranca fue tomada por un mozo arrimado del mismo rancho de doña Gregoria, pero fue reclamada por los Farías y la devolvió herrada y venteada.
También oyó decir a los mismos mozos, antes de estar al servicio de dicha hacienda, que había matado una vaca, uno de los peones a beneficio de la misma casa.
Aclaró que, de las 80 reses que existían, cuando se enroló al servicio de la hacienda por primera vez, tan solo quedaban 40 reses, cuando regresó a trabajar en una segunda ocasión. Explicando que de estos animales es que se venían utilizando para el sustento diario en la hacienda.
El hijo de Julián Cantú de 26 años de edad, José Andrés, conocido también como el alemán, manifestó que había servido como vaquero, por empeño de su padre en Santa Anita, entre ocho a nueve años, distribuidos en dos ocasiones.
Escuchó en su tiempo que, los Farías introdujeron 200 cabezas de ganado y no 300 como declaró su padre. Reafirmó que la cantidad del ganado en Santa Anita descritas por su padre era de 80 cabezas. José Andrés había acompañado a Estanislao y a su hijo José María Domínguez, a la carneada donde habían matado dos reses orejanas de fierro, una de ella colorada.
Una tercera que se trajo fue señalada, herrada y mancornada en el rancho de doña Gregoria. Decía que vacas pueden haberse introducido en los atajos de reses de los Farías, pero no estaba seguro, pero que vio en un lugar nombrado como La Ceja, a los bovinos con los sellos de San Ramón.
El segundo hijo de Julián Cantú, Faustino, reafirmó las declaraciones de su padre y hermano. Explicó que la res herrada, venía con una oreja mocha y la otra achicharrada. Los tres trabajadores de doña Gregoria hicieron la señal de la Santa Cruz, por no saber firmar.
La defensa.
El 22 de agosto de 1807, el hijo de doña Gregoria Ballí, Estanislao Domínguez, explicó que todo era un natural equívoco, pues las tres reses que se citan, se encontraron orejanas en su propio agostadero. Le pidió al justicia mayor, Juan Nepomuceno Cantú, que se ratificaran las declaraciones de los testigos.
A finales de ese mes, lo mismo dijo doña Gregoria Ballí, quien describió el escrito de Julián Farías como un “infamatorio libelo que los adversarios tienen presentado, en contra del hijo de la que responde”. Doña Gregoria pedía al juez que se afianzaran los hechos conforme a derecho, en este caso la calumnia en todos los autos, para usar de los derechos que le correspondían.
Del 14 al 20 de octubre se presentaron ante el juez Juan Nepomuceno Cantú, a los tres testigos presentados anteriormente, conocidos como los alemanes. Ni el padre Julián Cantú, ni los dos hijos, dijeron que tenían algo que añadir o quitar, cuando se les repasó sus declaraciones hechas en agosto.
Desde el 8 de agosto, Julián Farías le había pedido a don José de Goseascoechea, capitán de milicias y justicia de la villa de Camargo, una certificación de la buena conducta, para él y sus hermanos. Presentó a reconocidos vecinos de la villa como testigos a: Juan Estrada, a Francisco Canales y a José Eusebio Treviño. Esto, para que declararan o desacreditaran, si eran ladrones, tracaleros, embusteros, díscolos o usurpadores, de algún sujeto en quien recaigan estos defectos y que expresaran si les constaba que no se habían manejado con acreditada honradez.
En la Serie de Justicia del Fondo Colonial del Archivo Municipal de Reynosa (AMR), encontramos varios documentos fechados desde finales del siglo XVIII, que tratan los trastornos que causaban las carneadas o matanza de animales mostrencos, o ganado salvaje, en la jurisdicción de Reynosa. En especial cuando las matanzas se llevaban a cabo en la inmediación de ranchos ganaderos establecidos.
El propio gobernador del Nuevo Santander intervino en 1809, para que se le cobrara a Antonio Domínguez, hermano de Estanislao, las carneadas en el agostadero del finado Narciso Cavazos. Ni que se diga de los Farías, los cuales se encuentran involucrados en expedientes judiciales en una red de abigeato en la región. Pero ese tema será tratado en otra ocasión.