Letras desordenadas para Rosy, de quien soy creación y continuación; Claudia, fuente continua de debates que terminan en un beso; y Emi, quien cuestionará este desorden cuando yo esté abonando la tierra.
Pocas conmemoraciones despedazan los restos de mi mente como el Día Internacional de la Mujer, fecha en la que algunos medios de comunicación, autoridades y ciudadanos parecen simular un acto anual de contrición.
Difícil de entender es la existencia de un día dedicado a las mujeres, cuando basta que toda persona vea su reflejo, piense o sienta para tener presente queproviene del vientre de una de ellas.
El modelo del poder parece ser sólo uno, que ajeno a izquierdas y derechas está cimentado en el sometimiento de la razón y la imposición de la ideología que disfraza como natural el papel de la mujer subordinada al hombre, como si la esencia humana distinguiera géneros.
Ni lo guadalupano ni lo transformador, y ni siquiera el culto a la madre, son capaces de abatir los feminicidios, el maltrato y el abuso que ese día se visibilizan y luego suelen regresar a la sala de espera de la justicia, al juego de los mecanismos dedominio y a la cotidianidad de la cultura que presenta al hombre como salvador y dador único de favores.
“Las mujeres representaban el 49.3% de la población infantil y adolescente a nivel nacional en 2020 (INEGI, 2021), sin embargo, en 2023, eran mujeres el 92.3% de las víctimas de violencia sexual de entre 1 y 17 años atendidas en hospitales del país, al igual que el 87.9% de las víctimas del mismo rango de edad atendidas por violencia familiar (Salud, 2024) y el 67.1% de las personas de 0 a 17 años registradas como alguna vez desaparecidas en el país hasta el 5 de marzo de 2025 (Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, RNPDNO, 2025)”, publicó el jueves 6 de marzo el blog de datos e incidencia política de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), citando información del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Desempolvo el recuerdo de la ocasión en la que en Gómez Palacio, Durango, un bien intencionado alcalde apoyó a una asociación civil defensora de las mujeres que sufrían violencia, organización que poco después fue premiada en un certamen convocado por una de las cementeras más grandes del país, que así posicionaba su política de responsabilidad social.
Sin embargo, dado que una cosa es decirse socialmente responsable y otra olvidarse del dinero como objetivo del quehacer empresarial, la compañía patrocinadora del concurso pidió a la organización galardonada la constancia que laacreditaba como donataria autorizada por la Secretaría de Hacienda para extender recibos deducibles de impuestos. Esa autorización estaba en proceso.
El alcalde me instruyó para encontrar la manera de acelerar el trámite, dado que la cementera puso un plazo preciso para recibir el documento o cancelar la entrega del premio, que equivalía al financiamiento total de un nuevo refugio para mujeres maltratadas. Notarios, abogados y autoridades mostraron solidaridad, no obstante, a unos cuantos días de que llegara la fecha límite presenté la conclusión de la encomienda en la junta de asesores: obtuvimos constancia documental que indicaque el trámite está en proceso, pero la empresa rechaza cualquier papel que no sea el final. No habrá premio.
Lo que siguió pareció más propio para el llanto que para la risa:
“¡Inches viejas! ¡Por eso les pegan!”, exclamó de inmediato y con seriedad uno de los participantes en la junta informativa, quien, con la naturalidad de la cultura internalizada, justificaba el poder del macho conocedor para castigar a la hembra ignorante.
Me dirijo entonces a Emi, quien en su sangre lleva a Rosy, y a Claudia, que la inscribe en su experiencia diaria: ¡que ninguna fecha sea de tregua para desterrar el dogma, defender la razón y luchar por el respeto al derecho natural que a mujeres y hombres presenta iguales!
Si tuviera que expresarles algo más sería pedirles perdón por ser partícipe, consciente o inconsciente, de un sistema tan cínico que alega sufrir violencia de parte de quienes le exigen que cumpla con su obligación para detenerla.