La obra de López Montes es el resultado de su propia historia, a través de la abstracción de lo real con lo imaginario.
Ciudad de México.- En diversos trabajos sobre la teoría del arte con frecuencia encontramos el planteamiento que sugiere que la principal función del arte es expresar las emociones del artista. Si bien, el arte del siglo XX y particularmente las vanguardias que se gestaron desde los años 60 cuestionaron esta concepción, existe toda una tradición, que va desde Platón hasta Dewey, que sostiene la idea de la experiencia del arte como una experiencia primordialmente emocional. El arte desde esa perspectiva, funciona como un medio para expresar emociones tanto de aquel que realiza la obra de arte, o bien, generar una emoción en aquella persona que percibe la obra.
La pregunta entonces sería ¿qué es expresar? y si a través del arte expresamos únicamente emociones, o expresamos también ideas. La relevancia de la expresión de emociones dentro del arte es un planteamiento que encontramos, sobre todo, en la época del Romanticismo. Tanto poetas, como compositores y pintores pensaban en el arte como aquel medio a través del cual podrían expresar sus más profundos sentimientos. La subjetividad, lo interno, había encontrado al fin un medio por el cual podía manifestarse. Caspar David Friedrich, uno de los pilares de la pintura romántica, aseguró que: “El pintor debe pintar aquello que ve dentro de sí mismo.”
Wilhelm Worringer, historiador y teórico del arte, propuso ver la obra artística como expresión de las emociones y los sentimientos de acuerdo a una cosmovisión (weltanschauung) de tipo existencial. Arte y vida están irremediablemente unidos, son casi una misma cosa. Para el teórico alemán, la experiencia del arte y los procesos creativos que la acompañan son una vivencia, como un sentir totalizador. Defendió que el arte involucra a todos los aspectos de la existencia. De modo
que la obra de arte no es solo el producto de una tensión estética sino de una liberación o transformación interior suscitadas por una experiencia vital profunda. En mayor o menor grado, el arte es entendido como la identificación del Yo con el Mundo, y la obra de arte como un intermediario entre ambos.
Esta exteriorización del mundo interno, de lo íntimo, es una de las principales guías que nos servirán para entender el trabajo de Ana López Montes. Nacida en la Ciudad de México, realizó sus estudios de Artes Visuales en Nueva York y París. Cuando Ana regresa y, a pesar del apogeo del arte conceptual que dominaba en aquel momento en la Ciudad de México, López Montes sentía un fuerte impulso hacia la expresión de lo personal, de la intimidad plasmada con miradas líricas y narrativas, en una búsqueda que transitaba más hacia lo espiritual y la paz interior.
La obra de López Montes es el resultado de su propia historia, a través de la abstracción de lo real con lo imaginario. Comúnmente se cree que la abstracción se aparta de la realidad como una representación ficticia. Sin embargo, en el trabajo de Ana, este distanciamiento de la representación exacta es en ocasiones ligera o parcial. Su coqueteo con la abstracción está marcado por los momentos difíciles y definitivos de su propia vida y esta acotado por una narrativa autobiográfica que no se puede desprender de su obra.
Sus dibujos y pinturas están plagados de anécdotas, como en la serie de collages —que son casi paisajes— en los que se toma libertades como alterar el color y la forma de manera evidente; estas piezas, bien puede decirse que son abstractas, sin embargo, están compuestas por pequeños trozos de vida, con pedacitos que rescató de sus propias obras (obras que ella misma destruyó en un momento de crisis), o cuadritos recortados de dibujos de su hija. Hay que ver con detenimiento
estas piezas para poder encontrar estos cachitos de su propia historia, mismos que le dan una potencia definitiva a esta serie.
Esto nos permite entender que, en una obra, la textura puede ser física o conceptual, es decir, será física en el momento que reconocemos los instrumentos y como fueron usados, si hay un esgrafiado, un chine collé, o encontramos hilos o estambres ensamblados en el paisaje; pero también es conceptual cuando la distribución de elementos, los pedazos de colores o papeles seleccionados, logran un contraste entre los diferentes elementos y nos permiten abordar la imagen desde otro lugar, desde el lugar de una vida, de un existir, de un conflicto o un padecimiento.
En este mismo sentido habría que pensar en el paisaje no sólo como un espacio que es contemplado, sino también es habitado. Es un espacio que se intuye casi como un Otro, porque desde el arte, el paisaje se habita de una manera diferente, nos obliga a mirarlo de manera diferente y funciona como la perfecta combinación entre naturaleza y cultura, porque es desde la mirada del individuo que lo habita, como se proyectará la subjetividad de lo visto.
En este juego discursivo entre lo que siente la artista, lo que expresa y lo que el público percibe, resaltan representaciones que son en parte reales y en parte imaginarias. Lo real no es siempre bello, de hecho, la realidad es muchas veces un devenir por demás desconsolador, sin embargo, a través de aquello que es real- imaginario y que está representado en la obra, el mundo se hace más ligero, digerible y asimilable. Hay algo de sosiego, de quietud y equilibrio en esos paisajes de López Montes que nos remiten a esa armonía de un mundo que, visto desde frente, nos inquieta. Así lo vemos en la serie de monotipos que realizó con el referente del reciente huracán que azoló la ciudad de Acapulco en el Estado de Guerrero en México. Sus paisajes llenos de mar, sol y cielos azules funcionan como una catarsis para asimilar la devastación de una de las ciudades turísticas de mayor tradición en nuestro país. No hay manera de encontrar consuelo si no es a través de la recuperación de lo bello, de la calma y la tranquilidad que producen esas piezas.
Nietzsche decía que las artes deben ser consideradas como una especie de culto a lo no-verdadero. A la manera platónica, considera que el arte es aquello que no refleja la verdad, sino que la oscurece y hace que los hombres se alejen de ella. Pero a diferencia del filósofo griego, esto para Nietzsche no es algo que nos impide el conocimiento, sino por el contrario, justamente por su carácter de falso, el arte será el verdadero reflejo de lo real, porque el mundo está plagado de mentiras o de cosas horrorosas.
Esta verdad de la apariencia del arte, de aquello que para la metafísica es la no-verdad (por no decir la mentira) puede ser visto como un velo, un ocultamiento pero que al final será aquello que nos permitirá asimilar lo que es verdaderamente real. El arte entonces será la representación de la verdad de la no-verdad.
La obra de López Montes gira en torno a esta paradoja, se opone a la representación de los objetos como una interpretación del aspecto superficial de la naturaleza y más bien utiliza la abstracción como un descubrimiento de la esencia o el orden subyacente de un mundo interior, a veces eufórico, a veces desalentador.
Dentro de estas construcciones formales, algunas casi geométricas, no hay que pasar por alto el aspecto imaginativo que nos traslada a un espacio de experiencia íntima y personal. Abstrae las cualidades artísticas de los objetos representados y sus significados, y utiliza sus impurezas para recomponerlas en escenarios sutiles llenos de panoramas de colores apacibles. Y aquí volvemos al tema de la contemplación, porque el trabajo de Ana nos impulsa irremediablemente a ella, y habrá que recordar aquello que decía Bacon de su trabajo, que no se trataba de interpretar nada, sino simplemente contemplar: “dejar que la obra sea obra.” Según Bacon, no es posible comprender nada en un retrato, un paisaje o una crucifixión, sino sólo el sentir. El artista insistía en que sólo quiso construir imágenes y que con ellas no quería decir realmente nada, que no pretendió crear un arte trágico o dramático, ni quería que su obra fuese interpretada.
Y así traté de ver la obra de Ana López Montes, con todo y sus historias, con toda su vida pegada a ella, la interpretación se quedó (o se puede quedar) al margen, porque las piezas se sostienen solas, tienen vida y potencia propias. Su obra es un registro de su capacidad de dotar de gran significado a imágenes tan cotidianas y simples como un atardecer o un reflejo de luz en el agua. La artista expone las claves su proceso creativo, con miras a que el espectador haga consciente su propia capacidad de construir significados y depositarlos en las imágenes dentro de una activa forma del acto de ver.